En el 139 aniversario de su nacimiento. En la década de los 70 el movimiento feminista rescató su obra del olvido convirtiéndola en un icono de referencia

Virginia Woolf y la habitación propia

28 de enero de 2021.

Por Redacción

Por Petra Cristian

Madrid | Cultura | Escritoras | Libros | Liderazgo | Mujeres creadoras | Feminismo



“Durante la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer” – Virginia Woolf.


Madrid, 27 ene. 21. AmecoPress/Todoporhacer.- El 25 de enero de 2021 se cumplen 139 años del nacimiento de la escritora británica Virginia Woolf. Insigne y destacada escritora del movimiento vanguardista anglosajón durante el periodo de entreguerras, su obra incluye ensayos, novelas, obras de teatro y, en definitiva, cualquier tipo de género literario. Se le considera una de las grandes renovadoras del idioma inglés. Sin embargo, debido al machismo imperante, a las críticas por su falta de universalidad (su obra se ceñía al mundo de la clase media intelectual británica) y la temática lésbica de muchos de sus escritos, su acervo literario cayó en el olvido tras su muerte por suicidio en 1941. No fue hasta la década de los 70 que el movimiento feminista rescató su obra y se convirtió en un referente. Y, pese a ello, su figura sigue ausente en el callejero de Londres a día de hoy, como denunció Carmen Aneas en un artículo de la revista Píkara en 2016.

La obra de Woolf: referente para el feminismo

«Entonces, puedo deciros que las palabras que a continuación leí eran exactamente éstas: «A Chloe le gustaba Olivia…» No os sobresaltéis. No os ruboricéis. Admitamos en la intimidad de nuestra propia sociedad que estas cosas ocurren a veces. A veces a las mujeres les gustan las mujeres» – Virginia Woolf, Una habitación propia.

La admiración y devoción que los distintos feminismos han sentido por su figura y su obra, unido a su publicitada bisexualidad, ha dado como resultado el que mucha gente se haya formado una idea de Woolf como feminista adelantada a su tiempo. Y es que la lectura hecha por el feminismo de sus obras ha señalado que, tanto en Una habitación propia (1929) como en Tres guineas (1938), censurados en la Alemania nazi, encontramos ideas que son un reflejo del dilema central que afecta al feminismo actual: el debate entre la igualdad y la diferencia. Estas obras, además, abordan la temática del temor a la guerra – Woolf, casada con un judío, temía el avance del fascismo – y las clases sociales.

El título de Una habitación propia proviene de la idea de Woolf de que, «una mujer debe tener dinero [en concreto, 500 libras al año] y una habitación propia para poder escribir novelas». Es un llamamiento a la independencia económica y social y a la licencia poética y libertad personal para crear arte. Woolf observa que las mujeres han sido apartadas de la escritura debido a su pobreza relativa, y que la libertad financiera traerá a las mujeres la libertad para escribir: «Para empezar, tener una habitación propia… era algo impensable aun a principios del siglo diecinueve, a menos que los padres de la mujer fueran excepcionalmente ricos o muy nobles».

Este ensayo examina si las mujeres eran capaces de crear, y la libertad que tenían para producir un tipo de trabajo de la calidad de William Shakespeare, atendiendo a las limitaciones que las mujeres escritoras, pasadas y presentes, enfrentan. Lo hace mediante un repaso histórico de escritoras hasta la fecha. Examina las carreras de varias autoras, incluyendo a Rebecca West, Aphra Behn, Jane Austen, las hermanas Brontë, Jane Ellen Harrison, Anne Finch, la Condesa de Winchilsea, y George Eliot.

Además, inventa un personaje, Judith, «la hermana de Shakespeare,» para ilustrar que una mujer con las habilidades de William Shakespeare habría sido privada de la oportunidad de desarrollarlas debido a todas las puertas que estaban cerradas a las mujeres. Como Woolf, Judith permanece en el hogar mientras William va al colegio. Judith está atrapada en la casa: «Tenía el mismo espíritu de aventura, la misma imaginación, las mismas ansias de ver el mundo que él. Pero no la mandaron a la escuela». No pudo cumplir su sueño.

Hace nueve años la revista Píkara publicó una reseña (que se puede leer aquí) de la obra de teatro Rojo al agua, dirigida por Borja Ruiz y escrita por Josu Montero sobre los últimos meses de vida de la escritora. Gran parte del material utilizado en la obra se basa en sus reflexiones de Una habitación propia.

Comentarios a Una habitación propia: la necesidad de la habitación compartida en la lucha por la emancipación de las mujeres

“Como mujer no tengo patria, como mujer no quiero patria. Como mujer, mi patria es el mundo” – Virginia Woolf

En el momento en el que Woolf escribió este ensayo, solo hacía nueve años que las mujeres habían accedido al derecho al voto en Reino Unido, después de la batalla librada por el movimiento sufragista. Al cuarto propio y a la mencionada cantidad de libras anuales se le unió, en un artículo posterior, una aguda reflexión, que podríamos considerar como el tercero de los requisitos para que las mujeres se proyecten en su autonomía: no era posible desarrollarse individualmente sin acallar la voz interior que Virginia Wolf denominaba el “ángel de la casa”. Supo leer que para que las mujeres pudieran desarrollarse en su vida profesional señalaba la importancia de silenciar la estructura patriarcal encarnada en la conciencia de cada mujer occidental, libre y burguesa, que siente que traiciona sus mandatos de género si se desarrolla y proyecta en sí misma.

La pregunta que habría cabido hacerse aquí y que el feminismo radical, de clase y de colonial planteará años más tarde, a partir de los años 70 es: ¿quién se iba a encargar de las tareas domésticas y de cuidados para que algunas mujeres pudieran desoír estos mandatos y se desarrollaran con autonomía y libertad en su “cuarto propio”? Y, ¿en qué condiciones iban a hacerlo? Y es que no se trata de la primera vez que un(a) artista, ensimismada en su creación y la belleza, se olvida de los trabajos de cuidados, considerando que atañen a personas que están por debajo de ella.

Para contestar a este interrogante reproducimos a continuación un fragmento del recomendable artículo «Del cuarto propio a la habitación compartida», escrito por Alicia Rius Buitrago y Maria Ángeles Díez y publicado en la web de Píkara en el año 2018.

«Sin demérito de las demandas de autonomía personal e independencia económica de las mujeres planteadas más arriba, hay una tradición anterior de pensamiento que apunta a otro tipo de conquista, la que denominamos “la habitación compartida”. Son las demandas de las mujeres obreras, en el seno del movimiento internacional del trabajo, cuya fuerza residía en la colectividad y cuyo análisis centraba su mirada en las condiciones de vida de las mujeres más pobres».

Una de las pioneras de esta corriente feminista fue Flora Tristán, quien en 1840 publicó “La Unión Obrera”, todo un manifiesto sobre la importancia de la unión de la clase obrera para salir de su situación de marginalidad, al tiempo que enfatizaba la indivisibilidad de la emancipación de la clase obrera y la emancipación de las mujeres.

Algunos decenios antes Charles Fourier, a quien Flora Tristán conoció personalmente, había publicado “La Teoría de los cuatro movimientos”. Era el año 1808, y esta obra contribuyó a conectar el pensamiento socialista con las demandas feministas. El proyecto pionero de comunidades cooperativas o falansterios, desarrollado por él, otorgaba a las mujeres la independencia económica necesaria y la educación desde niñas, como una tarea más de la sociedad dirigida a fomentar su participación política y social. Pero lo hacía a través de sociedades que cooperaban para conseguir satisfacer las necesidades básicas de todas y todos.

Como se pudo comprobar años más tarde, la puesta en marcha de cooperativas durante la crisis, que llevó aparejado el desarrollo industrial en la Inglaterra del siglo XIX, demostró con creces la fortaleza de esta fórmula cooperativa para acceder a necesidades básicas como alimentación, atención médica o vivienda. Según Jane Humphries (1977), las cooperativas no sólo tuvieron una dimensión instrumental y práctica, sino que estratégicamente permitieron a las familias mantener un modo de vida alternativo al liberalismo económico y su estructura familiar. Es decir, las familias organizadas en cooperativas fueron auténticas unidades de resistencia a este modo de desarrollo.

La continuidad de alianzas entre economía feminista y economía social y solidaria

El modelo cooperativo fue, ha sido y sigue siendo una fórmula de desarrollo alternativo y coexistente al sistema capitalista. Durante el siglo XX y XXI ha vuelto a demostrar, como lo hizo entonces en sus orígenes, que las sociedades que cooperan son más fuertes y resilientes que las que compiten. Los valores cooperativos ponen en jaque el desarrollo del pensamiento y la acción propia del modelo capitalista, ya que superan la necesidad de poseer “un cuarto propio”, “un trabajo propio” o “una familia propia”, y apuestan por un modo de vida basado en los bienes comunales, el empleo colectivo y las comunidades cuidadoras.

Aunque a finales del siglo XX pareció imponerse como fórmula única, a nivel global, el neoliberalismo, sus crisis sistémicas han continuado dándose y abocando a más población a los márgenes de la pobreza. Es en éstos ciclos de crisis cuando los modelos cooperativos, propios de la economía social y solidaria, vuelven a demostrar su valor y a desarrollarse con fuerza.

[…] Sin embargo, es evidente que por estas mismas razones supone una disputa ideológica al modelo neoliberal dominante, donde la exclusión es una constante y un principio de funcionamiento del propio sistema económico. La habitación compartida no es, ni puede ser, un objetivo del desarrollo individualista y supremacista actual. Más bien es su enemigo.

La vida de Woolf: objeto de estudio en materia de salud mental

“No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente» – Virginia Woolf

Por último, cabe hacer una mención a la tortuosa existencia de Virginia Woolf, sobre todo en sus últimos años. La escritora vivió atormentada por problemas de salud mental durante toda su vida, que se vieron acrecentados por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de su casa durante los bombardeos, saber que se encontraba en la lista negra del nazismo y la fría acogida de algunas de sus obras. Todo ello le sumió en una profunda depresión de la cual no pudo salir. La psiquiatría tradicional clasificó, a posteriori, su padecimiento como un trastorno bipolar.

El 28 de marzo de 1941, con 59 años, se suicidó ahogándose, tirándose a un río con piedras en los bolsillos

En su nota de despedida a su marido escribió: «Siento que voy a enloquecer de nuevo. Creo que no podemos pasar otra vez por una de esas épocas terribles. Y no puedo recuperarme esta vez. Comienzo a oír voces, y no puedo concentrarme. Así que voy a hacer lo que me parece lo mejor que puedo hacer. Tú me has dado la máxima felicidad posible. Has sido en todos los sentidos todo lo que cualquiera podría ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices, hasta que vino esta terrible enfermedad. No puedo luchar más. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí tú podrás trabajar. Lo harás, lo sé. Ya ves que no puedo ni siquiera escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que debo toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decir que todo el mundo lo sabe. Si alguien podría haberme salvado habrías sido tú. Todo lo he perdido excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo. No creo que dos personas puedan haber sido más felices de lo que hemos sido tú y yo».

El libro de Irene Coates Quién teme a Leonard Woolf: un caso por la cordura de Virginia Woolf asume la tesis de que el tratamiento que Leonard Woolf dio a su esposa fomentó su mala salud y al final fue el responsable de su muerte. La tesis, no aceptada por la familia, ha sido ampliamente investigada. Los diarios de Virginia no dan pistas sobre la existencia de ningún tipo de maltrato.

Hay muchas personas que experimentan crisis de salud mental, tienen ideas obsesivas o viven experiencias inusuales que no encuentran consuelo a su sufrimiento psíquico en la psiquiatría al uso (hay otras que sí). O incluso que ven que su situación se agrava por la intervención médica tradicional. Pero renunciar a la vida nunca es la solución a nada. A estas personas les queremos recordar que existe abundante literatura para abordar su problemática con medios alternativos.

Recomendamos la página Primera Vocal, una herramienta que hace accesibles textos que contribuyan a establecer puentes de unión entre la llamada salud mental y la crítica del capitalismo. Tratamos simplemente de facilitar materiales con los que combatir la dominación a la que nos vemos sometidos en tanto que psiquiatrizados y antiautoritarios. También es recomendable el trabajo que hace el colectivo LoComún de politizar el sufrimiento psíquico desde la reflexión y la revuelta. En este medio hemos escrito sobre algunas de sus campañas, como la de Cero Contenciones.

También recomendamos manuales como Saldremos de esta (2016), una recopilación de saberes prácticos ubicados más allá del conocimiento especializado que sirvan para desplegar estrategias colectivas con las que reducir todo ese dolor que brota día a día en nuestros entornos. El ensayo Más allá de las creencias (2019) aporta conjunto de herramientas prácticas con las que abordar lo que en términos clínicos se vienen a denominar delirios, ideas obsesivas o pensamientos intrusivos. No busca erradicar esas experiencias inusuales, sino aprender a convivir con ellas de manera que no resulten dañinas y se mantenga intacta la dignidad de la persona que vive con ellas. Por otro lado, el cómic Desmesura (2018) relata en primera persona la experiencia de un escuchador de voces, nos mete de lleno en su piel y nos ayuda a comprender que quienes viven con estos fenómenos no están solas.

Por último, existen grupos de apoyo mutuo en materia de salud mental (como Flipas GAM, InsPiradas, etc) que se encuentran y comparten sus experiencias, intercambian información y recursos, asumen responsabilidades recíprocas, buscan estrategias colectivas, etc., partiendo de la base de una comunicación horizontal, entre iguales. Esto es lo que la diferencia de otro tipo de grupos como los de autoayuda, donde existen personas con una marcada autoridad sobre el resto y relaciones de tutela. En los grupos de apoyo mutuo puede existir la figura una moderadora o facilitadora, alguien que aporta una asesoría específica y puntual cuando el grupo de forma consensuada así lo requiere y lo estima necesario, pero que nunca se sitúa por encima del resto ni goza de ningún privilegio o protagonismo especiales.

Fotos: Archivo AmecoPress.
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