Mujeres del mundo, ¡Uníos!
Londres, 09 may. 16. AmecoPress.- Los últimos datos de la OCDE muestran que las mujeres del Reino Unido ganan un 17.5 por ciento menos que los hombres. Esto quiere decir que las británicas ganan 82 peniques por cada libra que ganan sus compatriotas británicos. En Europa, una mujer debería trabajar 59 días más al año para igualar el salario de un hombre. Una década de Global Gender Gap Report (Informe Global de Brecha Salarial) sugiere que tendremos que esperar 118 años para alcanzar la igualdad salariar entre hombres y mujeres. Y, aun así, nosotras salimos a trabajar cada día sin cortar carreteras ni crear barricadas exigiendo justicia.
Pero antes de todo esto, antes de que existiera el Gender Gap Report, antes del discurso de Hillary Clinton en Beijing (“Los derechos de las mujeres son derechos humanos”), antes de que la igualdad de género se convirtiera en el tercero de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU, antes del nacimiento de ONU Mujeres, antes de los datos, números, promesas, proyecciones y compromisos, mucho antes, hace décadas, exactamente hace 40 años, en mayo de 1976, las mujeres de la fábrica Trico en Brentford ya tenían las ideas muy claras. Más claras, parece ser, que hoy en día. Eran 400 operarias y, un día, cinco hombres fueron trasladados para trabajar con ellas codo con codo desenvolviendo un trabajo idéntico. Cada operario ganaba £6.50 más cada semana. ¿Cómo reaccionaron estas mujeres de los años setenta? ¿Escribieron al periódico local? ¿Hablaron con sus representantes en el Parlamento? ¿Comenzaron una campaña para concienciar a la población? No. Fueron a la huelga durante 21 semanas y no volvieron al trabajo hasta alcanzar la victoria.
“Inspiró a mujeres en todas partes”, cuenta Sally Groves, una de esas 400 operarias que jugó un papel fundamental. “Demostramos lo que las mujeres, las trabajadoras, pueden conseguir si se ponen en pie” Recuerda como ninguna de ellas había ido nunca antes a la huelga y también como doce hombres lucharon a su lado desde el principio.
Miriam Gluck, autora de “Mujeres en la línea”, sabe perfectamente cómo eran las cosas para las mujeres de las fábricas. Esta socióloga pasó un año trabajando como operaria en una de piezas de motor. Según ella, los oficios estaban fuertemente marcados por género: todos los semicualificados, con una formación mínima y un sueldo muy bajo eran para las mujeres. En contraste, los hombres recibían formación, ascensos, oportunidades de hacer carrera y, por supuesto, eran los supervisores. Estas fronteras eran infranqueables. “En aquellos tiempos el feminismo parecía no incluir a las trabajadoras”, apunta Gluck. “Trabajaban interminables horas, estaban cansadas, era difícil para ellas involucrarse en los movimientos sociales, en el activismo”, añade. Sin embargo, estaban muy impregnadas de feminismo: las disputas, la solidaridad y el colectivismo eran parte de su vida diaria.
Durante la huelga de 21 semanas de Trico, había piquetes 24 horas mientras la compañía contaba con la ayuda de la policía. Groves reconoce que recibieron un gran apoyo económico por parte de Trade Union, el sindicato laborista, y fueron también respaldadas por el movimiento de las mujeres. El día de las negociaciones finales, cuando consiguieron la igualdad salarial, marcharon juntas dentro de la fábrica bajo una intensa lluvia en un momento épico grabado en la memoria de Groves. “Si nos mantenemos unidas y luchamos por lo que creemos podemos mover montañas y multinacionales, como nosotras demostramos”, concluye.
Mantenerse unidas. “Por separado somos débiles, juntas somos fuertes”. Son las palabras de Mila Navarra que forma parte de la organización ‘Justice for Domestic Workers’ (justicia para las trabajadoras domésticas) “Tengo dificultades al hablar y muy poco tiempo para prepararme, pero he pensado que quizá hablando desde el corazón sería suficiente”, se disculpa. Y vaya si lo es. Su testimonio es impactante.
Comienza por explicar cómo las trabajadoras domésticas del Reino Unido son hoy más vulnerables debido a un cambio en la ley que impide a las no comunitarias cambiar empleador o pierden su visa. Cuenta como sus jornadas van de 9.30 de la mañana a medianoche sin tareas establecidas, horarios ni privacidad. Afrontan en muchos casos maltrato físico y acoso sexual. Están ocultas, aisladas, invisibles, vulnerables.
“A veces te dicen que no te pagan porque eres parte de la familia”, lamenta. “Es muy difícil ganar nuestros casos y, en ocasiones, no tenemos otra opción que quedarnos calladas o volver a nuestros países de origen. Si reunimos el valor suficiente cambiamos de casa y nos convertimos en ‘sin-papeles’” Pide a la gente que “nos trate como a cualquier otra trabajadora. ¡No somos esclavas! (…) Espero no ser empleada del hogar el resto de mi vida, pero estoy orgullosa de serlo”. Gluck apunta que en los años 20 y 30 las trabajadoras domésticas estaban encantadas de irse a las fábricas porque significaba una liberación. “Una vez que salían por la puerta tenían sus propias vidas”, explica.
A lo largo de la Historia las mujeres han sido usadas y explotadas manteniendo sueldos y estatus inferiores. Groves, Gluck y Navarra nos enseñan una preciosa lección: si luchas, puedes llegar a ganar. Tengamos el valor de hacerlo.
Foto: Archivo AmecoPress.
— -
Internacional – Economía – Empleo y género – Brecha salarial. 09 may. 16. AmecoPress.