Cartografiar los miedos para invitar a conversar

Madrid. 01 feb. 22. AmecoPress.- La primera vez que coincidí personalmente con Patricia Simón (@patriciasimon) vino a recoger el premio que le entregaba la Asociación Española de Mujeres de los Medios de Comunicación. Era 2013 y la periodista destacaba por su compromiso en la defensa de los Derechos Humanos de las mujeres como subdirectora del periódico digital “Periodismo Humano”. En su intervención habló de periodismo internacional y de su abuela Lucía y esa armónica mezcla me cautivó. Desde entonces leo todo lo que publica, especialmente en La Marea (@lamarea_com). En el libro que acaba de publicar, titulado ’Miedo, viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio’ (Debate), vuelve a conjugar crónica, relato en primera persona y reflexiones propias y ajenas, construyendo una mirada compleja y estructurada a la par que clara y liviana.
Patricia Simón da vueltas no para marear, sino para profundizar, un poco como constatan sus coberturas en más de veinticinco países: reconstruyendo historias de vida que son también la nuestra y buscando, por encima de todo, comprender.
Dice el prólogo del libro, escrito por Bob Pop, que el texto es un antídoto frente al cinismo. ‘Miedo’ es también una osada invitación al diálogo valiente y desprejuiciado. La reivindicación de la duda. Una apuesta por la escucha, la alegría y el amor con el que nos conmueve Hannah Arendt: el amor al mundo, al otro, a las relaciones humanas.
«El amor es el que nos permite dar sentido al caos, al sufrimiento y a la finitud de las horas desde la vida íntima, personal. Un sentido que, al final de nuestra vida, nos devuelve un retrato de nosotros mismos: una cartografía de llamitas, de afectos y placeres mayores y menores, extinguidas algunas, en ascuas otras, incendiarias unas pocas. Cuando yo me muera, seré una hoguera que crepitará por el amor a un puñado de personas, muchos libros, bastantes viajes y un sillón orejero de terciopelo verde en el monte que es corriente de paso de las aves que migran de Europa a África. Ojalá suene entonces Mayte Martín cantando al poeta Manuel Alcántara.»
A pesar de la ambivalencia que experimento por el uso de la primera persona en periodismo, este libro no me resulta intimista, sino verdadero. Sé que cuando alguien habla de ese modo de su propia muerte, está buscando dar un sentido a su existencia.
Hablamos con Patricia Simón acerca de su nuevo libro. Al transcribir el rato grande de charla me sorprendió el eco de un permanente riachuelo de risitas que acompañaba toda la entrevista: suyas y mías. No era consciente de ello. Es lo que tiene la escucha, puedes captar los hilos que tejen lo que llamamos realidad. Si no, la realidad “se va, cansada de ser un cabo suelto”, como canta Josele Santiago. Definitivamente, el trabajo de esta periodista se convierte en un alegato por la vida.
Hubo un acontecimiento decisivo para la escritura de este conjunto de reflexiones que es el libro que acaba de publicar que fue cómo se afrontó la pandemia, con respuestas muy basadas en el control, la obediencia y el miedo. Seguramente confinarse era lo que había que hacer, pero se hizo sin pensar demasiado. ¿Qué otros indicadores le hubiera gustado ver?
Sobre las medidas que tomó el Gobierno no tengo criterio para juzgar si eran necesarias pero además me parece que hicieron lo que pudieron en un contexto desconocido. Lo que me preocupó fue el alivio con el que se recibieron las medidas, las órdenes militares, y cómo se asumieron. Cualquiera que tuviésemos y expresáramos dudas éramos vistos como traidores, sospechosos o egoístas, se nos miraba como personas que estábamos dispuestas a sacrificar nuestra libertad por el bien común, cuando esto no era así y cuando siempre podemos seguir preguntándonos cosas. Esa resignación y a la vez alivio con la que se recibieron las medidas demuestra lo agotada que estaba la sociedad en esos momentos por todo lo que venía arrastrando desde la crisis de 2008, ya no tenía capacidad para ponerse a pensar qué debería hacer ante una pandemia como esta. Ese es el mejor abono para que crezca la ultraderecha.
Cada vez que pasa algún tipo de tragedia nos recortan derechos y libertades. Creo que la ciudadanía lo que necesita es cubrir sus necesidades básicas y los derechos y libertades civiles se han convertido de nuevo en secundarios y en una cosa para los que tenemos cubiertas esas necesidades.
Pero ambas cosas tienen relación.
Efectivamente. De hecho, la Ley Mordaza se aprueba para aplacar todas las protestas que estaba habiendo por los recortes y por la falta de derechos laborales. Previamente a la pandemia todo ese miedo, ese agotamiento, esa frustración estaba empezando a rebosar y por eso asistíamos a todas esas movilizaciones ciudadanas en muchos países. En España veníamos del ciclo de movilizaciones de 2011, 2013 y 2014 que se interpretó que no sirvieron para nada. Ahora mismo las movilizaciones en la calle, salvo hechos puntuales como lo de Cádiz, no están en el imaginario.
‘Miedo’ es un libro sobre los temores que han articulado nuestras vidas en los últimos años y que la Covid-19 ha evidenciado y agudizado, acelerando así el cambio de era en el que ya estábamos inmersas
Más allá del acontecimiento puntual que despertó la escritura, ¿para qué este libro?
Para ordenar ideas. Noto mucho en mi entorno de amistades, de familiares, esa incapacidad de poder debatir sobre cuestiones que nos afectan y los silencios cada vez se hacen más grandes. Me frustra porque son personas a las que quiero y continuamente se vive todo desde la susceptibilidad. Cuando me di cuenta de que efectivamente había mucho miedo, que era un factor que no había pensado antes, pensé que si soy capaz de organizar los miedos, ver cómo actúan y operan sobre nosotras, quienes se benefician, y lo pongo en una pizarra, a lo mejor las personas que se sienten cuestionadas, estigmatizadas, se van a dar cuenta que lo que quiero es hablar con ellas y explicar las causas de esos miedos que yo he visto y que no tienen por qué ser las certeras, pero sobre lo que podemos dialogar. Me preocupa muchísimo no poder hablar.
¿Tenía previsto organizar los miedos según esos cuatro miedos universales –al otro, a la soledad, a la pobreza y a la muerte?
No, en un principio había más miedos, aunque no recuerdo todos. Estaba el miedo al amor, que como luego explico en el libro cambió; también el miedo a vidas que se podrían entender como no satisfactorias, esa sensación de que no hacemos lo suficiente, no tenemos vidas plenas, no son suficientemente interesantes, algo que veo en mi entorno, pero me di cuenta que tenía mucho que ver con el miedo a la pobreza y el miedo a la soledad.

En el libro se advierte cómo los miedos se relacionan entre sí y cómo trata de analizarlos en un contexto de crecimiento de esa ola de conservadurismo que vivimos. De alguna forma la ultraderecha está utilizando esos miedos para imponer su punto de vista. ¿Esa situación influía en la necesidad de comprender los miedos?
Mucho. Me preocupa mucho lo conservadores que nos estamos volviendo, incluso la gente supuestamente de izquierdas y de mediana edad. Pienso en nuestras predecesoras, periodistas y escritoras de los años 70 y 80 en España, y eran muchísimo más modernas. También me preocupa el adanismo, el pensar que estamos inventando todo. Esa ola reaccionaria también se está viviendo desde las izquierdas. Hay, por ejemplo, una vuelta a la familia tradicional, como refugio ante la incertidumbre, pero la familia puede ser un determinismo que no queríamos. Cuando era joven tenía muy claro el cosmopolitismo, el internacionalismo, aunque no les pusiera ese nombre, y ahora veo que eso no está en las aspiraciones porque hay mucha tristeza también; la vuelta a los nacionalismos y totalitarismos tiene mucho que ver con esto. Eso era parte del germen del libro, había una necesidad de decir cosas.
Un lenguaje que, además de decir, cuide y respete
El libro comienza con una “Nota para la lectora, para el lector” donde anuncia que va a utilizar un lenguaje que “además de decir, cuide y respete”. Utiliza un lenguaje inclusivo, pero no chirria en ningún momento, es limpio y dice lo que quiere decir. ¿Cómo logra elastizar el lenguaje sin perder la esencia?
Lo había experimentado desde el periodismo. Quería practicar el lenguaje inclusivo pero que mi texto no se viera torpedeado por esto. Al final yo quiero llegar al mayor número de personas que no están convencidas y muchas veces el lenguaje inclusivo, llevado a rajatabla, hace que te lean quienes están convencidas. Yo quería que el libro no fuese exclusivamente ni para defensoras de derechos humanos, ni para periodistas, sino para personas que muchas veces no tienen la oportunidad de leer las historias que recojo porque no leen este tipo de medios. Quería ser coherente con mi visión del lenguaje como puente y al mismo tiempo que no lastrara el texto, que no le quitara ligereza.
Algunas de las protagonistas de sus reportajes “no tienen palabra”, como dice Sofía, una de esas decenas de miles de mujeres que se ven forzadas a recurrir a las redes de trata. Pero, como reconoce en su poema “Las palabras muertas”, muchas veces las palabras de los y las periodistas no consiguen generar una respuesta en las poblaciones, no tienen incidencia. ¿No le preocupa que haya compañeras y compañeros de profesión que tiren la toalla?
Tengo la sensación de que muchas veces hablamos para los convencidos y convencidas y que los que no lo son se sienten juzgados por nuestra mera presencia. El libro me daba la oportunidad de reflexionar sobre todas esas cuestiones y pensar qué hacer para cambiar y lograr que estas historias lleguen y despierten algo en ellas.
En el libro hablo mucho del amor como herramienta porque creo que debemos hacer relatos más compasivos y más tiernos. Creo mucho en la ternura, en la amabilidad, en las relaciones humanas. Y creo que es más fácil que alguien se interese por lo que quieren contarle si no te ve como alguien que le está juzgando sino como una persona dulce que quiere contarle algo. Eso no me parece pusilánime ni un signo de fragilidad.
Desde esa actitud surgen historias como el encuentro con esa mujer que regenta una cafetería en el barrio de Canillejas, en Madrid, (muy preocupada por el futuro de su hijo y crítica con el hecho de que los y las migrantes acepten trabajos por muy poca remuneración). Si no te paras a hablar con ella no entenderás que sus miedos son legítimos. La gente tiene derecho a tener miedo, otra cosa es que le expliques cuáles son las causas.
Pero para muchos periodistas esto no es fácil. Si tienes que producir 10 notas al día y además eres consciente que estás dando de comer a la máquina y que la información que publicas no llega a quien puede transformar la situación, es muy frustrante. Si a esto le sumas la precariedad del sector, entiendes que haya tantas periodistas, la mayoría mujeres, que lo están dejando.
Resucitar las palabras es fundamental y hacerlo contando historias en las que se hable más de la belleza en las relaciones humanas, de cosas que están pasando bonitas en los barrios, igual tendríamos que contar historias para que señor carnicero sienta que la realidad de Jashim también está relacionada con la suya.
En el libro hace algunas autocríticas. Por ejemplo, un error de las y los periodistas ha sido presentar a las víctimas (de migraciones, de conflictos, etc.) como “seres de luz”.
Sí, eso es muy injusto, en primer lugar, porque nadie es un ser de luz. Pero, además, esto hace que las historias no sean creíbles. Si presentamos a los migrantes como seres alados que llegan a nuestro país y sólo tienen rasgos positivos, cualquier persona con dos dedos de frente piensa que estamos vendiendo propaganda, no información. Por otra parte, al migrante le ponemos un peso encima muy grande, al tener que responder a todas esas exigencias, cuando es sujeto de derecho. Esto no es muy eficaz.
Pero además, tenemos desafíos, las sociedades multiculturales son más complejas que las monolíticas de la edad media. Por otra parte, estamos en sociedades muy pacíficas, con tasas de criminalidad muy bajas y al mismo tiempo muy asustadas, en permanente tensión porque vaya a pasar algo malo. Para contrarrestar los discursos de la ultraderecha creamos escenarios idílicos, que no son ciertos y que no son interesantes.
La autocensura
Además, huimos de contar ciertas realidades y contradicciones porque parece que nos estamos poniendo del lado de la ultraderecha.
Ese es el gran desafío en estos momentos. Hay temas en los que nos estamos censurando porque no queremos ser instrumentalizadas por la ultraderecha. Para mí fue muy importante el libro ‘El himen y el hiyab: Por qué el mundo árabe necesita una revolución sexual’, de la periodista Mona Eltahawy. Nos dice a las feministas europeas: estáis prestando muchísima atención a la discriminación que sufren musulmanas que, en su margen de maniobra, se pueden poner el velo como signo de identidad, pero no estáis afrontando todas las que lo hacen por imposición, en el 99% de los casos en los países de mayoría musulmana, pero también en sociedades europeas, porque con buena intención no queréis darle alas a la ultraderecha, pero final estáis sometiendo a la mayoría. Esto me hizo pensar mucho, y como este desafío tenemos muchos otros, por ejemplo con el tema del laicismo. Afortunadamente están surgiendo voces de determinados colectivos que están abriendo ciertos debates.
¿Teme que la silencien?
No. Tampoco tengo una divulgación muy grande. Mi casa es La Marea y tengo mucha libertad. Y cuando colaboró con otros medios es porque lo que les ofrezco les interesa.
Quizás el riesgo sea más la autocensura.
Sí, porque además la ciudadanía está muy cansada y le cuesta leer cosas de más de 5 minutos. Si no tienen más tiempo, es muy difícil entrar en los matices y si no entramos en los matices, estaremos haciendo retratos muy burdos de la realidad.
La perversión del lenguaje aparece constantemente en el libro. Hay ciertas palabras y expresiones utilizados por los medios de comunicación que van configurando los contextos que dan significado a los pensamientos y actos en nuestra vida. Ello explica también que no consideremos una heroicidad cruzar el Mediterráneo en una patera, pero sí rescatar a uno de los nuestros en un incendio.
Es verdad que esas falacias que se repiten infinidad de veces en los medios de comunicación configuran un imaginario, lo que pasa es que tiene pies de barro porque los desmontas muy fácilmente. Creo mucho en explicar lo absurdo, con la ironía o el sarcasmo se puede. ¿Cómo es posible que una persona que se subió una patera con su móvil y su criatura en brazos sea la responsable de que tú estés siendo explotado por 400 euros mientras Caixa Bank hoy ha anunciado que ha ganado un montón de miles de millones más que el año anterior? Si continuamente los medios de comunicación señalan que esa persona es responsable y tú no tienes tiempo para reflexionar terminas asumiéndolo como parte de la realidad. Me parece importante plantearnos qué imaginarios estamos reproduciendo.
Hay muchas cosas que hemos asumido no sólo en cuanto a concepto sino en cuanto a ideas. ¿Cómo es posible que hayamos asumido que una reforma laboral que contrarresta la precariedad sería peligrosa para la economía del país? ¿Quién es la economía del país?
El poder pensar es parte de nuestro trabajo y para eso necesitas tiempo y el tiempo se ha convertido en un privilegio.
“Creo que necesitamos volver a tener grupos de amistades diversas”
Es cierto que para escuchar hace falta tiempo. Pero es que también escuchar incomoda porque si te comunicas y te abres a lo que escuchas, cambias.
Creo que también hemos perdido el hábito. Antes la familia era un espacio natural de entrenamiento en el respeto a la diversidad de opiniones, cada vez las familias son más pequeñas y están más aisladas. En la educación no nos enseñan a debatir y a escuchar, los medios de comunicación repiten continuamente lo mismo. Entonces, cuando empiezas a escuchar cosas que no se corresponden con lo que los algoritmos te repiten todo el tiempo, ni con lo que aparece en tus redes sociales, ni con lo que dicen tus amigos, porque cada vez somos más sectarios, claro que incomoda.
Y luego, no hay tanto círculo de confianza para hablar con tranquilidad sin sentirte juzgada, vivimos en un momento en el que todos somos potenciales traidores a la causa, tiempos en los que o estás conmigo o estás contra mí y, si las personas no son de nuestra total confianza, hay temas que no abordamos porque me la puede liar. Eso es muy problemático. Creo que necesitamos volver a tener grupos de amistades diversas.
También hay una tendencia a explicarlo todo desde el racismo, desde el clasismo, desde el machismo… no, hay cosas que se explican transversalmente y hay cosas que no se explican únicamente a través de estos prismas.
Efectivamente, hay cosas que se explican o al menos entienden desde los afectos, que dice Edurne Portela y que usted recoge en el libro. Usted plantea la conversación como un acto revolucionario y recoge lo que Hannah Arendt llama aislamiento, que debilita muchísimo.
Necesitamos sobre todo escuchar, porque escuchar hoy en día muy altruista, no te revierte en nada, no te da ‘me gustas’, no te hace escalar posiciones, supuestamente estamos todas muy ocupadas, entonces qué hacemos escuchándonos, estamos perdiendo el tiempo. La pandemia además nos ha atrincherado más y salimos menos a espacios compartidos. Escuchar es un acto revolucionario, más que hablar, porque hablar estamos hablando todo el tiempo, con nosotras mismas en nuestros soliloquios, en las redes sociales, enviamos notas de voz, tenemos una incontinencia verbal impresionante. Igual las notas de voz están cambiando algo, escuchar esos mensajes que a veces son súper bonitos, de las amigas, nos puede ayudar a incorporar el hábito de la escucha.
Y en el periodismo escuchar es mucho más necesario si cabe. Tener tiempo para escuchar, aparcar los prejuicios que todas tenemos, hacer preguntas que creemos saber. Eso me ha pasado por ejemplo con el tema de la trata, escuchar a las mujeres y ser consciente de que en la vida se me hubiera ocurrido pensar todas las cosas que ellas me estaban contando.
Tienes un artículo acerca de la trata que publicaste en Pikara muy interesante: ‘Todo por la trata, pero sin las mujeres tratadas’. ¿Crees que se debate sobre trata y sobre prostitución sin escuchar a las mujeres?
Me parece perverso utilizar la trata para el debate de la prostitución porque no es lo mismo, según mi experiencia y las mujeres que yo he conocido. Las mujeres que yo conozco que han sido tratadas en algún momento del viaje migratorio son diversas, había muchas que no sabían que iban a ser explotadas sexualmente, hay otras que lo saben y es el recurso que tienen y asumen que es su capital, hay otras que tienen capital económico y que a lo mejor solamente recurren a la trata con fines de explotación sexual para cruzar las fronteras, donde son forzadas a prostituirse o violadas, y hay muchas que terminan en redes de trata con fines de explotación sexual cuando llegan al país de destino, cuando llegan se encuentran en situación administrativa irregular, han hecho el viaje con todo el dinero que a lo mejor les había conseguido su familia, no tienen trabajo, no tienen recursos y los únicos que le ofrecen algo son esas redes de trata que muchas veces están formadas por personas de su misma nacionalidad, con lo cual es trata sobrevenida.
Y toda esa complejidad me parece que no tiene nada que ver con el discurso de regulación o no. Aquí hay un problema que es el cierre de fronteras, si las mujeres no pueden migrar de manera normalizada en un avión, van a tirar de sus recursos. En esos viajes ellas sufren violencia sexual y eso es súper traumático, pero es que ellas ya venían huyendo de la mutilación genital femenina, del matrimonio forzoso, de violencia sexual en sus familias, vienen huyendo de violencias y la que sufren en el camino es una más. Entonces, es una cuestión política de cómo se gestionan las migraciones. Que se utilice la trata para el debate de la prostitución y no se cuestione las políticas migratorias me parece un poco bajuno.
En cuanto a la prostitución, no soy ni pro regulación ni abolicionista, sí creo que es importante despenalizar y por supuesto, mi horizonte es la abolición, que nadie tenga que recurrir a la prostitución para sobrevivir. Pero hoy, según está el mercado laboral y conociendo a mujeres que, dentro de su margen de maniobra deciden ejercerla, yo no soy quién para meterme. Otra cosa son los prostíbulos, los proxenetas, los pisos, todos esos espacios tan violentos y también la trata.
“Proyectar otras vidas, cuando la pobreza carcome tus horas o cacha tus pasos, resulta un pasatiempo doloroso” (pág. 99); “Es fácil ser solidario y comprensivo cuando no se tienen apuros económicos y se vive en un territorio seguro” (pág. 107) ¿Es tan decisivo el dinero? ¿Los que vivimos en un territorio seguro somos más solidarios?
Yo creo que el dinero tiene mucha importancia cuando no tienes lo necesario para lo básico, para tener un espacio habitable, para asegurar la comida y la de tus seres queridos y para tener la capacidad para hacer frente a imprevistos. Cuando tienes eso cubierto entonces ya puedes pensar en más allá. No significa que las personas que tienen muchos recursos porque sí tengan que ser solidarios. Lo que quiero decir es que a veces juzgamos a los demás desde posiciones de privilegio. Ahora mismo cuestiones básicas se han convertido en privilegios, una gran preocupación por ejemplo es pensar que tus hijos e hijas no van a tener ninguna oportunidad. Pero también he visto que se puede crear espacios de solidaridad donde se encuentran distintas personas con situaciones muy precarias y desde ahí empiezan a celebrar y a construir cosas conjuntamente.
Creo en el amor como brújula ética y herramienta política
Un ingrediente esencial de su propuesta es el amor. ¿Cómo entiende el amor Patricia Simón?
Como lo entendía Hannah Arendt, como el amor al mundo, como un compromiso político, las otras personas me incumben, no solamente como un ideario sino porque a mí lo que me gusta es vivir con las demás personas, cuanto mejor esté el mundo mejor voy a estar yo. Creo en el amor como brújula ética y herramienta política. El amor es el valor ético que me permite estar a gusto conmigo misma y en la relación con los demás, siendo atea.
En el libro aparecen muchos referentes que vienen de comunidades cristianas de base.
Sí, es muy curioso porque además no son de mi entorno, pero es verdad que en los peores sitios donde he estado, estaba Médicos Sin Fronteras y misioneros y misioneras. Cuando se va todo el mundo quienes quedan son ellas que, además, tienen muy poco afán de protagonismo, algo que me molesta mucho tanto del colectivo de periodistas, que somos bastante narcisistas, como desde el ámbito de los derechos humanos y activistas, con ese afán por aparecer y brillar y ese sentimiento de superioridad, porque “soy súper buena persona”, cuando estás haciendo lo que está bien, nada más.
Con estas personas también he aprendido cómo se relacionan con las otras personas, de igual a igual. En el periodismo lo aprendí con la Fundación Amaranta, que es una institución religiosa aunque su equipo es laico; Vanesa Álvarez, que es la directora de la Fundación Amaranta de Gijón, me habló del enfoque de fortalezas a la hora de contar las historias de las mujeres, es decir, poner el foco en la capacidad de supervivencia y de salir adelante, no en su momento de mayor vulnerabilidad y sentarse con ellas con el afán de entender de igual a igual, no de creer que estás haciéndole un favor porque estás contando su historia, al contrario, esa persona te está compartiendo su intimidad y sus análisis, si acaso eres tú la que tiene que estar agradecida porque esa persona se siente contigo a hablar. Esa es mi forma de entender el amor y me da mucha esperanza, la mayoría de la gente me hace creer en la humanidad.
Además, creo mucho en el goce, en no presentar ese amor por el mundo como un sacrificio, como una causa suprema a la que dedicas tu vida, somos disfrutones y como nos gusta la vida, queremos que todo el mundo la pueda disfrutar igual.
Desde el punto de vista social y político defiende las propuestas del ecofeminismo. ¿Por qué?
En primer lugar porque creo que los grandes problemas ahora mismo tienen que ver entre otras cuestiones con el debilitamiento del estado de bienestar, muchísima gente siente que la democracia ya no le da respuesta y abraza opciones totalitarias. La pandemia ha puesto en evidencia lo que se venía diciendo desde hace tanto tiempo: que la crisis climática es incompatible con la vida y que somos muy dependientes, es decir, las dos cosas que el ecofeminismo lleva años gritando. Es evidente que el sistema está fallando, hace aguas, es una cuestión de urgencia y de supervivencia, y el ecofeminismo da respuesta por una parte a la crisis climática y también para atajar la desigualdad, desde mi punto de vista, de todos los seres humanos.
Creo que no estamos aprovechando este momento para introducir fuertemente la propuesta del ecofeminismo en el debate público, porque además es muy sencilla y es una propuesta válida para un espectro ideológico amplio. Siempre desde el reparto de la riqueza, no desde el reparto de la pobreza, porque el decrecimiento no es atractivo; mientras hay grandísimas fortunas, primero repartamos la riqueza y cuando ya estemos más igualaditos, entonces ya vemos que hay que decrecer. Muchas veces hacemos discursos de sacrificio y es imposible que la gente adhiera con la que está pasando.
Los temores, como describe en su libro, son ancestrales, atávicos, pero también es ancestral la rebelión a los límites y al determinismo. Un ejemplo lo tenemos en la conservación y producción del fuego, los seres humanos se asustaban pero se rebelaron al miedo.
Sí, nos hemos rebelado, sobre todo las feministas y además lo hemos hecho de forma pacífica. Tenemos ejemplos. Me parece muy necesario proponer salidas todo el tiempo, aunque luego la experiencia nos diga que no lo son, pero es importante que tengamos un proyecto y un horizonte hacia el que mirar.
Efectivamente, como explica en el libro, quizás la mayor dificultad en este momento sea la ausencia del futuro. Y eso del futuro tiene mucho que ver con el temor a la muerte. En algún momento explica que, según su experiencia, el tener más presente y en lo cotidiano la muerte ayuda a dar un sentido a la vida.
El miedo a la muerte está ahí. Yo antes no tenía miedo a la muerte, pero me jodía mucho, la rechazaba. Todo cambió con la muerte de mi padre, cuando lo experimenté y cuando empecé a pensar por qué mi relación con la muerte había sido de una determinada manera, qué papel había jugado la ausencia de mi tío y también reflexioné sobre el uso político del temor a la muerte. Me metí ahí porque me tenía que meter pero sobre todo porque me permitía hacer un alegato por la vida. Tenía muy claro que no quería que fuera un libro triste y que contribuyese a la desmovilización, sino que fueran pequeñas ramitas de esperanza.
Foto: archivo de AmecoPress, cedidas por Patricia Simón
Pie de foto: 1) Portada del libro; 2) Patricia Simón; 3) La periodista en Antioquia, Colombia; 4) Trabajando en campo de refugiados sirios de Zaatari, Jordania. Foto de Cristina Antuña
Medios de comunicación – Comunicación y género – Mujeres migrantes – Derechos humanos – Libros – Ecofeminismo – Trata – Voces de mujeres. 01 feb. 22. AmecoPress.