Cuerpos disidentes: otras formas de ser y de estar en el mundo

4 de diciembre de 2014.

Por Jacqueline Emperatriz Torres

Opinión | Feminismo | Teoría feminista | Guatemala





Guatemala, 04 dic. 14. AmecoPress/La Cuerda.- Muchas veces pensé que hablar del cuerpo era una cuestión exacer¬bada, sobre todo al escuchar frases como somos cuerpo. Al mismo tiempo me daba una sensa¬ción sobre la piel, que se traducía en pensamientos que me dejaban inquieta frente a los comentarios. Creía que era muy contundente reducir nuestra experiencia al cuerpo y eso llevó a preguntarme qué encerraba esa frase en su más profundo significado.

Mis inquietudes esta¬ban relacionadas con que se aborda como una pro¬blemática aislada de todas las demás, a pesar de que es el lugar donde se expresa de manera concreta la experiencia de la vida, que es personal y también colectiva. Algunos autores hablan de un cuerpo social como el conjunto de relaciones sociopolíticas y económicas que establecen las per¬sonas, que nos afectan de manera individual y viceversa.

Dimensiones que se entrecruzan

Al hablar del cuerpo no podemos pensarlo como si se tratara de una idea. Es preciso situarlo en el tiempo y espacio como la experiencia del ser y del estar en el mundo. Esto significa que en cada momento de la historia y en cada cultura, se han normado los cuerpos para asignarles lugares y propósitos de acuerdo a su sexo.

La tradición filosófica griega heredó una idea de la existencia humana que pone por un lado al cuerpo y por el otro a la mente, y muy alejada a la naturaleza. Plantea una idea universal de la experiencia humana como el ser hombre, como el elegido para hacer política en el espacio público. Con el cristianismo el cuerpo pasó a tener un papel más importante por ser el espacio en el que se consumaban los pecados y la mujer, por las características de su corporalidad, culpable de éstos y la síntesis de la expresión diabólica. Las desigualdades se justificaron.

Con la implantación del capitalismo se han ido perfeccionando las prácticas que pusieron a los hombres al servicio de la producción y a las mujeres en la reproducción de la vida hasta llegar a la disciplina de las maquilas, de las horas/nalga en las oficinas y las súper mujeres que ya no son responsables sólo de la casa, sino de hacer política, cuidar a la familia, compartir -o no, en el caso de las migraciones- las deudas y amar al hombre de la casa.

Las presiones socioeconómicas y culturales que impone el modelo de producción capitalista neoliberal están marcadas por la industria cosmética, la moda, la medicina, la alimentación y el deporte, las que crean patrones que requieren de consumo de muchos productos para intentar alcanzar el modelo corporal. Se ha producido una corporalidad que niega la diversidad y busca implantar patrones de belleza, sueños, voluntades, sexualidades y formas de ocio que sirven para sostenerlo.

También hay un impacto sobre nuestros cuerpos cuando se intenta controlar las relaciones con el Estado en una sola forma de ciudadanía. El neoliberalismo, por ejemplo, trata de crear individuos sin memoria que expresan antiguas prácticas patriarcales que reproducen la exclusión, jerarquías, violencias, autoritarismos y las democracias ficticias que no responden a la necesidad de todas las experiencias de vida. Ahí están las instituciones controlando la natalidad de las mujeres y criminalizando el aborto, así como reprimiendo y desapareciendo a las voces disidentes, sean mujeres u hombres, estudiantes o profesionales, campesinos, activistas...

Las nuevas tecnologías también nos sitúan de manera diferente en el espacio y han dado lugar a otro tipo de relaciones entre seres humanos, aunque no terminan de desdibujar las desigualdades o las exclusiones pactadas por la clasificación y segregación de los cuerpos, ahora también cibernéticos.

Experiencias disidentes

El cuerpo de las mujeres ha sido uno de los más colonizados en la historia de la humanidad, es ahí donde se sintetiza la represión de la palabra, la escritura y la sexualidad. Y es en el mismo donde se encuentran las claves para su liberación.

Saber que han estado expropiados, disciplinados y subordinados nos hace pensar en lo importante que es recuperarlos, reconocerlos, saber cómo funcionan o cómo se entrelazan sus diferentes planos: físico, mental, espiritual, sexual y onírico, entre otros. Esto implica rescatar epistemologías o cosmovisiones que plantean formas de comunicación más integrales con nuestro cuerpo, con el fin de ser más conscientes sobre cómo asumimos la subordinación, pero también cómo producimos momentos de disidencia que nos conducen hacia otras formas de ser y de estar en el mundo.

Si bien hay muchas cosas que puede hacer el Estado, como reconocer nuestra ciudadanía o garantizar el acceso a la salud sexual y reproductiva de las mujeres, también hay dentro de nosotras mucha información que nos permitirá producir el gozo, el erotismo, la sexualidad, la autodeterminación, la autonomía; prácticas alternativas de salud física, mental y espiritual; de educación, alimentación y justicia; así como la construcción de relaciones no patriarcales con otros seres vivos.

Si los momentos de la historia y los diversos espacios han producido y reproducido cuerpos que sirven para consolidar el poder dominante, un programa político de emancipación implica tomar en cuenta que la expe¬riencia de vida se concreta en el lenguaje, el pensamiento, los sentimientos, las experiencias sexuales y el ejercicio del poder, así como en el acceso a la salud, la alimentación la educación y la justicia. Una propuesta integral que debería superar las jerarquías.

Foto: Portada de La Cuerda.

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Opinión – Feminismo – Teoría Feminista. 04 dic. 14. AmecoPress.

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