"La buena escritura no tiene sexo"

16 de noviembre de 2010.

Por Helen Hernández Hormilla

Cultura | Internacional | Voces de mujeres | Libros | La Habana, Cuba.



Entrevista a la escritora Aida Bhar


La Habana, 16 nov (10). AmecoPress / SEMIac. Aida Bahr es una de esas mujeres que en Cuba llamamos "de carácter", de las que saben sostener con firmeza la mirada y nunca visten de silencio la opinión. Su presencia impone un respeto profundo; la voz es grave, el verbo inquieto, el pensamiento aguzado e intenso. No se anda edulcorando sentidos porque prefiere llegar sin reparos al interior de la idea, y con la misma energía la defiende en cualquier parte, ya sea en la presentación de un libro de la editorial que dirige, en un panel de escritores o en esta entrevista.

Como narradora contemporánea es ya uno de esos nombres inscritos en la historia de la literatura cubana. Más de dos décadas de trabajo sostenido componen una obra donde la prosa de ficción gana casi todo el espacio y las mujeres cubanas, sus conflictos, su cotidiano enfrentamiento con la realidad social se encuentran sumamente representados.

Nació en Holguín, en 1958, pero es Santiago de Cuba la ciudad que la dio a conocer como creadora, en la que formó su familia y desde la cual desarrolla un importante trabajo como directora de la revista SIC de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en esa provincia y de la Editorial Oriente, donde destaca la colección Mariposa, dedicada por entero a los estudios de género.

Ha publicado los libros de cuentos Un gato en la ventana (1984), Ellas de noche (1989), Espejismos (1998) y Ofelias (Premio de la crítica 2008); además de la novela Las voces y los ecos (2005) y el ensayo "Rafael Soler, una mirada al hombre" (1995). Escribir desde la mujer, según reconoce, funciona como una constante que la ha llevado a desmantelar en sus libros varios pilares que mantienen a la mitad femenina del mundo sujeta a un orden patriarcal.

¿Cómo fueron recibidos los temas marcadamente femeninos de sus primeros cuentos, en el contexto literario cubano de finales de la década del setenta e inicios de los ochenta?

Confieso que nunca me he preocupado por el discurso político ni de lo canónico. En mis primeros libros había cuentos ajustados al realismo socialista porque era lo que más se hacía y se leía, y uno se contamina inevitablemente; pero yo no estaba tratando de escribir sobre ese canon. Estaba buscando mi propia poética y experimenté con todo lo que quedaba a mi alcance. Es curioso que mis libros han tenido siempre una excelente acogida por parte de los lectores y hasta de la crítica dentro de Cuba, y recientemente me enviaron un criterio publicado sobre mi obra en Internet, donde se decía que mis cuentos demostraban el fracaso de la revolución cubana en obtener la igualdad de la mujer. Vale decir que no importa lo que te propongas, siempre tu obra es manipulable. Pero yo no intento sostener una posición política con mis cuentos (o novelas), yo tengo una posición política como persona que se refleja, obligatoriamente, en lo que escribo. Tal vez tuve suerte, simplemente.

¿Alguna vez se sintió discriminada en el mundo literario por ser mujer?

Nunca. El ser mujer no funcionó en forma negativa, todo lo contrario. Mi primer libro de cuentos, Hay un gato en la ventana, me fue solicitado por Letras Cubanas, precisamente, porque alguien del jurado del David (al cual lo había mandado y no ganó) les mencionó que eran cuentos sobre mujeres. Lo mismo sucedió con Ellas, de noche y Espejismos. No puedo decir que mi experiencia personal indique que no había discriminación hacia las mujeres, algo que sí sintieron otras escritoras. En muchas antologías del cuento cubano en la revolución figuro junto a Dora Alonso y Mirta Yáñez como "representantes femeninas" y estoy segura de que debían haberse incluido otras autoras, como María Elena Llana, por solo poner un ejemplo; pero lo cierto es que nunca me he sentido discriminada.

Algunos críticos cubanos sostienen que la narrativa femenina de los años ochenta mostraba una imagen victimizada de las mujeres cubanas. Como escritora de esta etapa, ¿le parece acertada dicha aseveración?

Para afirmar que esa tendencia es cierta o no, tendría que haber indagado sobre eso, y no lo he hecho. Haciendo memoria de los libros publicados por mujeres en los ochenta, pudiera decir que sí, que algunos cuentos de La Habana es una ciudad bien grande, de Mirta Yáñez, o del libro de Chely Lima cuyo título tenía algo que ver con la lluvia* , y otros de Juega la dama, de Dora Alonso (que recoge todos sus libros) mostraban esa imagen de la mujer. Pero dentro de esos mismos libros, y en La hora de los mameyes, de la propia Mirta, o en Adolesciendo de Verónica Pérez Kónina, y en cuentos de Ana Luz García Calzada también se mostraban otras visiones de la mujer.

A inicios de los noventa hice un breve estudio sobre la figura de la madre dentro de la cuentística femenina cubana (porque tenía que llevar una ponencia sobre el tema a un evento internacional), y una de las cosas que me sorprendió era la imagen negativa que aparecía de la madre y la abuela; había muchas más relaciones conflictivas entre las distintas generaciones de mujeres que relaciones de identificación.

No creo que se pudiera haber mostrado a la mujer como equivalente al hombre porque no lo era (tampoco ahora lo es), pero no me parece que apareció siempre como víctima. Los críticos también son lectores y, en su lectura, construyen el texto. Yo no veo a mis personajes como mujeres fracasadas; sin embargo, mis cuentos suelen basarse en conflictos dramáticos donde ellas salen "derrotadas" con frecuencia. Debe ser porque estoy con-vencida de que se aprende más de las derrotas que de los triunfos, y a mí me interesa, por sobre todo, el ser humano.

¿Cuáles cree que sean los principales prejuicios y estereotipos que afectan a las cubanas?

Son muchos y, en realidad, es uno solo. La mujer es un ser biológicamente distinto del hombre, y eso es algo irreversible (un hombre puede suprimirse el pene, y hasta construirse una vagina, pero no injertarse ovarios, útero… y procrear, y tampoco es posible el caso contrario). Pero el resultado de esa distinción es que, para la mayoría de los hombres (y de las mujeres), la diferencia implica una valorización de un aspecto específico de la mujer y una desvalorización del resto. Y eso es un condicionamiento social que viene desde el fin del matriarcado, por lo que no es fácil suprimirlo.

Se desconfía en lo laboral de las mujeres porque "se complican", es decir: paren, se les enferman los niños, se ponen histéricas durante la menopausia; el machismo que permea nuestra sociedad impide que los hombres se sientan cómodos asumiendo tareas consideradas tradicionalmente como femeninas y, en sentido general, un poco se asume que, como en la mayor parte de las especies del mundo animal al cual pertenecemos, a la hembra le corresponde un segundo lugar. Pero, al mismo tiempo, se acostumbra a exagerar mucho sobre todo esto.

En mi familia, las mujeres llevaron siempre la voz cantante: mi abuela botó a mi abuelo de la casa en 1927 y crió sola a seis hijos y tres hermanos; mi madre fue siempre la consejera y eje de toda su familia, incluidos hermanos, sobrinos y sobrinas; su salario fue siempre el principal en mi casa. Yo tuve mucha suerte porque me casé con un hombre excepcional por su inteligencia y su sensibilidad, pero, de no haberme encontrado con él, tampoco me hubiera convertido en una ama de casa, nunca habría aceptado compartir mi vida con alguien que no reconociera mi condición de escritora, que no me apoyara en mi realización profesional.

No estoy negando la discriminación de la mujer, sólo afirmo que en ella tiene un gran peso la autodiscriminación. A lo largo de mi carrera laboral tuve jefes que desconfiaron de mis posibilidades, y algunos que me supusieron frágil; a todos los convencí de lo contrario. En una ocasión no pude acceder a un puesto de trabajo porque querían a un hombre, ya que el cargo exigía disponibilidad permanente, y me ha ocurrido que colegas escritores me han dicho, comentándome un cuento, que "parece escrito por un hombre". Las dos cosas me han hecho reír, a la larga. Muchos años después, vinieron a ofrecerme el mismo cargo al que antes aspiré y ya no lo quise, y si no les he hecho el cumplido a otros escritores de decirles que "escriben como una mujer" se debe a que, para mí, la buena escritura no tiene sexo.

¿Qué han ganado y qué les falta a las mujeres cubanas en 50 años de Revolución?

Ganamos leyes que nos protegen y todo lo que han ganado los hombres en cuanto al acceso gratuito a la salud y la educación, al disfrute de la cultura y el deporte, etc., etc. Nos faltan ventajas propias de una sociedad económicamente más desarrollada que la nuestra, donde la vida doméstica se simplifica. Nos falta liberarnos de esquemas mentales que nos hacen mucho daño, más todo lo que también les falta a los hombres.

El hecho de que sus protagonistas sean mujeres ¿responde a una necesidad explícita de reflejar en la literatura los dilemas de la mujer?

Escribo desde la mujer porque soy mujer. No pretendo denunciar nada, simplemente contar historias. ¿Cuáles son las mujeres a las que les interesa dar voz en su obra? Cualquiera que protagonice un conflicto interesante. Es usted de las pocas autoras cubanas que no duda en considerarse feminista.

¿Cuál es, para usted, el significado de esta palabra?

Persona que considera que las diferencias biológicas entre el hombre y la mujer no imponen diferencias en cuanto a su valor en la sociedad.

¿Por qué piensa que en Cuba su uso esté tan estigmatizado, al extremo de que algunas autoras, cuyas obras defienden presupuestos a favor de la liberación femenina, lleguen a rechazarla?

Porque se entiende como correlativa de machismo. Si alguien me habla del feminismo como la discriminación al hombre, yo también lo rechazo.

¿Qué representa para usted ser mujer?

Me resulta difícil responder esto. Me encanta ser mujer, pero no se trata de escoger entre dos posibilidades. Me gusta el hecho de que puedo hacer prácticamente lo mismo que el hombre en el nivel social y, además, he tenido experiencias que el hombre no puede compartir; francamente, no deseo volver a parir, pero sí añoro amamantar a mis hijos; creo que hay pocos placeres que se le comparen a ese contacto tan íntimo y entrañable.

Cuando era niña y adolescente, compadecía a los varones porque se veían expuestos a la violencia y tenían muchas veces que reprimir sus sentimientos, para no ser víctimas de la burla. Creo que es tan difícil ser hombre como ser mujer, es difícil ser una buena persona: hay que luchar contra los estereotipos, contra los prejuicios, contra los propios defectos, a veces incluso contra los sentimientos.

¿Y ser una mujer diferente, transgresora?

Ser diferente, transgresor, siempre implica peligros, se trate de un hombre o una mujer. Si uno va a asumir esos peligros, debe ser por algo que valga la pena. Yo siempre procuré ser yo misma, nunca rompí tabúes por el gusto de romperlos, nunca respeté normas que considerara absurdas. Siempre he encontrado aliados con esa filosofía.

¿Piensa que exista una manera femenina de escribir?

No me lo planteo. Escribo. Sí creo que hay marcas, rasgos, que identifican la literatura escrita por mujeres, como los hay que identifican la literatura escrita por cubanos, a diferencia de los de otras nacionalidades. Es una cuestión de identidad.

¿Cuáles son los conflictos que asume una mujer que privilegia a su familia, pero ha decidido dedicarse a la literatura, una ocupación que exige tanto tiempo y entrega diarios?

Ya he dicho muchas veces que no soy una buena ama de casa, al menos de acuerdo al estándar tradicional. Soy buena cocinera y trato de que haya un orden mínimo, pero resuelvo las tareas de limpieza y lavado de ropa el fin de semana, como la mayoría de las mujeres. La editorial me consume la mayor parte del tiempo (y dentro de ella va incluida la revista, aunque quisiera dedicarle más tiempo del que puedo, en especial, que bien lo necesita) y el resto se comparte entre mi familia y la escritura.

Por lo general escribo en vacaciones (hice un guión de cine y mi segundo libro de cuentos durante mis licencias de maternidad), o en momentos en que los deseos de escribir ya no permiten funcionar en otras cosas. Nunca he podido escribir diariamente, excepto en 1993, en que mi tema de investigación era la cuentística de Rafael Soler y yo tenía todos los materiales para trabajar en mi casa, de modo que me di el lujo de escribir sistemáticamente una novela (que después terminó convertida en cuento). Pero ese fue un año excepcional.

Normalmente, lo que quiero escribir ocupa mi cerebro en todos los momentos posibles (caminando al trabajo o a la casa, mientras friego o cocino, al acostarme…) y llega un día en que ya no puedo más y dejo de hacer algo para sentarme ante la máquina (de escribir o, más recientemente, la computadora), y así han ido saliendo las cosas. En vacaciones sí me hago un programa: los días que dedico a limpiar y organizar la casa, y el resto para escribir y leer.

¿Seguirán inquietándole los temas femeninos?

Yo no creo en los temas femeninos. Me seguirán inquietando historias que les suceden a mujeres y que involucran a los hombres.

¿Cuál es la cualidad que más admira de las personas?

La honestidad, en su sentido más amplio, que implica también la sinceridad.

¿Y de sí misma? ¿Pudiera Aida Bahr describirse?

No encuentro razones para hacerlo. Lo importante no es cómo me veo yo, sino cómo me ven los demás.

Fotos: archivo AmecoPress

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Internacional – Cultura - Voces de mujeres – Cultura y arte - Libros; 16 noviembre (10), AmecoPress / SEMIac

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