“El consumo de psicofármacos contribuye a mantener el status quo”
Madrid, 14 mayo. 19. Amecopress. La prescripción y consumo de antidepresivos, hipnóticos y sedantes mantiene una elevada escalada a lo largo de las dos últimas décadas. Además, diferentes investigaciones realizadas en el estado español dan porcentajes de prevalencia, siempre superiores en las mujeres que en los hombres. Es imprescindible una perspectiva de género para captar la raíz de esta diferencia y poder realizar propuestas para acabar con el “abuso”.
Ese es uno de los objetivos que persigue Carlos Molina con sus estudios y análisis. Presentó la investigación ‘Consumo de hipnosedantes. Análisis histórico desde una perspectiva de género’ en la ‘IV Jornada Género y Adiciones. Abuso de Psicofármacos desde la perspectiva de género’, organizadas por la Fundación Atenea con el interés de presentar diferentes propuestas para tratar de comprender el fenómeno del consumo de psicofármacos desde la perspectiva de género.
Aplicar esta perspectiva “supone cuestionar los modelos basados en las diferencias de sexo y atender a la situación de las mujeres en los propios contextos donde los usan”, asegura el sociólogo en entrevista con AmecoPress. Es decir, existe una “socialización diferencial” entre mujeres y hombres, que coloca a las mujeres en una determinada situación de subordinación, precariedad y desigualdad estructural, con una sobrecarga de cuidados. Todo ello se traduce en el llamado “malestar sin nombre”.
“Esos malestares son expresados a los médicos y profesionales de la salud y, así, son medicalizados”, argumenta Molina, “se les recetan psicofármacos para paliar esos malestares, como el estrés, el insomnio, la tristeza, algunos dolores físicos leves…”. Y concluye: “el consumo de psicofármacos contribuye de este modo a mantener el status quo”, en el sentido de que “permiten que las mujeres sigan realizando una “performance” adecuada para el sistema”.
Los datos de la última encuesta EDADES disponible (2015) muestran que el 18% de la población española ha consumido hipnosedantes en alguna ocasión. Lo que equivale a una quinta parte de la población total, porcentaje considerable por su magnitud. Además muestra que la edad de inicio en el consumo se sitúa de media en los 35,6 años. Son las sustancias estupefacientes que más tarde se empiezan a consumir.
Según la misma encuesta las mujeres consumen hipnosedantes en mayor medida que los hombres. Estas doblan las cifras de los hombres en todas las edades y en todas las formas de consumo (alguna vez, en el último año, en el último mes y a diario). Es especialmente relevante la edad como factor de consumo. EL 23% de media de las personas de entre 35 y 64 años han consumido alguna vez, un 16% de hombres frente a un 29% de mujeres. Tendencia que se repite en la gente que consume a diario, un 8% de media, el 5% de hombres frente al 11% de mujeres.
La salida: reducir la desigualdad
La principal forma de cambiar el consumo abusivo de estos psicofármacos sería el “reducir la desigualdad”, según el experto, que insiste en no demonizar estos medicamentos, pues según él, su uso puntual frente a ciertas dolencias puede ser útil. El problema es que al no transformarse la situación de desigualdad estructural que explica los mayores porcentajes de prevalencia en mujeres, el consumo se mantiene a lo largo del tiempo, a pesar de que no se aconseja su administración de forma prolongada porque puede aumentar la probabilidad de dependencia, trastornos cognitivos, riesgo de caídas y accidentes.
Los estereotipos y creencias sobre el género tienen una influencia directa en el comportamiento de las personas. La feminidad se identifica con subordinación, entrega, pasividad y seduc¬ción, mientras que la masculinidad presupone poder, propiedad y potencia. Todo ello tiene implicaciones claras en términos de salud mental cuando se constata, por ejemplo, que la depresión tiene mayor prevalencia en mujeres que en hombres, y que lo es aún más en mujeres de mediana edad con una adscripción de clase más desfavorecida.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el género determina de manera fundamental la salud mental y también las enfermedades mentales.
Los estereotipos pueden observarse en todos los ámbitos y actividades de la sociedad e influyen en las expectativas que mantienen los profesio¬nales de la salud, dando lugar a los sesgos de género en la atención sanitaria. De forma que no se puede negar que el sexo/género marca diferencias, tanto en la práctica clínica que depende de si el paciente es hombre o mujer, como también puede variar dependiendo de si la persona que atiende es médico y médica (Sánchez, (2003), citado en Vega et al 2004).
Nuevas epistemologías, nuevas metodologías y nuevas categorías analíticas han surgido desde el feminismo de cara a la salud mental, especialmente a partir de las décadas de los setenta y ochenta, como reacción frente al determinismo gestor de la llamada “feminización de la locura”, según lo expuesto por Ruiz Somavilla y Jiménez Lucena (2003).
Medicalización de la vida
Sólo entendiendo el fenómeno de manera integral será posible establecer estrategias de atención y prevención eficaces y ajustadas a la realidad. Tampoco hay que olvidar que esta situación se inscribe en la tendencia generalizada de la llamada “medicalización de la vida”. “La gente demanda soluciones inmediatas, la medicina tradicional trata los síntomas y no va a la raíz y para los facultativos resulta muy complicado tratar a 40 o 50 personas por día”, argumenta el investigador, a lo que añade la “presión de la industria farmacéutica”
Fotos archivo AmecoPress
Sociedad – Situación social de las mujeres – Salud – Salud y género – Estudios de género –Encuentros y jornadas; 14 de mayo. 19. AmecoPress