Neutralizado el patriarcado, eliminada la homofobia

4 de julio de 2017.

Por Ana Pollán

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Madrid, 4 de julio. 17. AmecoPress/Tribuna Feminista. En estos días en los que hemos vivido el orgullo gay son frecuentes las declaraciones de apoyo a la diversidad, la libertad y la igualdad entre las personas independientemente de cuál sea su orientación sexual. Cadenas de televisión, anuncios, periódicos, tweets, declaraciones de políticos y políticas de todo tipo de convicciones, encabezan manifestaciones y expresan numerosos mensajes de apoyo al colectivo LGTB. Me llaman la atención dos cosas. La primera es la amnesia colectiva. Desfilan henchidos de orgullo y satisfacción diputados/as del PP y Ciudadanos; dos partidos que hasta hace apenas dos años sentían sudores fríos sólo de pensar que dos hombres o dos mujeres pudieran compartir vida afectiva-sexual e incluso la posibilidad de que se casaran o tuvieran hijas/os.

La ingenuidad no es buena herramienta de análisis, así que mejor que pensar que tal cambio se deba a un reconocimiento del error y una toma de conciencia de la injusticia cometida contra el colectivo, lo que pienso es que si la derecha conservadora y neoliberal de este país –y de otros- ha reservado para mejor ocasión su discurso homófobo es por un cálculo de cuántos beneficios y votos les puede aportar mostrar una cara más amable hacia la causa.

Dicho resumidamente: la derecha neoliberal y conservadora ha aprendido que el colectivo LGTB también vota y también consume; mejor tenerlo contento. Y, en consecuencia, ahí están encabezando la manifestación quienes no hace tanto decían que “el matrimonio gay genera tensiones innecesarias”. Como homófobos y machistas sí, pero tontos no son, de paso aprovechan la tarde promocionando la mercantilización de las mujeres defendiendo el alquiler de vientres, algo que consideran necesario para que las parejas homosexuales tengan hij@s.

Esto, por supuesto, es un razonamiento incorrecto; afortunadamente, y no gracias al PP ni a Ciudadanos, las parejas homosexuales que quieran formar una familia pueden adoptar, y en el caso de las parejas de mujeres, además también recurrir a la inseminación artificial, sin utilizar a otras como vasijas.

La otra cosa que me llama la atención es la vacuidad y la superficialidad de los mensajes y declaraciones de los medios de comunicación y de las personas entrevistadas para la ocasión. Por supuesto, son bienintencionados. Proclaman la necesidad de lograr una sociedad más libre e igualitaria. Esos mensajes son útiles. Y necesarios. Y es fundamental que calen en la mayoría, pero considero que para ser realmente transformadores deberían apuntar a la causa última de la homofobia, que no es otra que el patriarcado. Desarticulado el patriarcado, exterminada la homofobia.

Considero, pues, que la homofobia no es un odio ni una violencia autónoma que pudiera surgir aun en una hipotética sociedad de plena igualdad entre los sexos, sino una hija querida del patriarcado. Al fin y al cabo, es este último el que prescribe, y de modo bien férreo, cómo debemos vivir nuestra vida afectiva-sexual, cuál es el modelo de familia apropiado, qué tipo de relaciones debemos establecer y cuáles debemos evitar.

En una sociedad igualitaria, la homofobia se extinguiría porque sin el marco teórico aportado por el patriarcado es imposible armar una praxis y un discurso que condene la bisexualidad y la homosexualidad. Tras el discurso del odio contra personas con una opción distinta a la heterosexual sólo subyace la reprobación de no acatar el mandato patriarcal: el de que la sexualidad y los afectos de las mujeres sólo pueden dirigirse a la satisfacción y el placer de los hombres. Pero el discurso feminista, el único capaz de hacer tocar fin a la discriminación del colectivo hoy en lucha por ningún sitio aparece. Y si no aparece igual es porque este sí es el que aporta una transformación radical, y esa no interesa al opresor encantado de lavarse la cara detrás de la pancarta, como si de verdad respetara al colectivo que marcha por las calles.

Pero sin duda, el mejor modo de mostrar cómo es, en último término, el patriarcado quien sustenta la homofobia, es ver qué pasa con el lesbianismo. Si los hombres homosexuales han sufrido y sufren aun hoy un auténtico calvario que los condena a amenazas, insultos –todos ellos con un componente machista- aislamiento, burla y agresiones y en algunos lugares, la cárcel y el asesinato, el colectivo de lesbianas ha sufrido todo eso, siempre en mayor grado por el hecho de ser mujeres, y además, la invisibilidad y el descreimiento más absoluto. Si la sexualidad de los hombres homosexuales ha sido rechazada, la de las mujeres homosexuales ha sido, principalmente, negada, también rechazada y, particularmente (en el sentido de que ocurre con las mujeres homosexuales y no con los hombres homosexuales) explicada como una sexualidad carente, vacía, incompleta, insatisfactoria por definición.

Todo esto responde, además de a la lesbofobia, fundamental y principalmente al concepto coitocéntrico y androcéntrico de las relaciones sexuales, que resulta ser claramente un pilar –uno entre muchos- del sistema patriarcal. Si los hombres homosexuales han de luchar por ser respetados, las mujeres de la misma opción sexual, primero han tenido que decir que existen (y no todas lo consiguen o lo hacen sólo en un círculo familiar y amistoso reducido), y después insistir en que su vida afectivo-sexual puede ser perfectamente plena.

Es, por tanto, el patriarcado quien dicta, pues, cómo han de ser nuestras relaciones; siempre privilegiando los deseos masculinos a los que supedita a la otra mitad de la humanidad. Es en él en el que se sustenta la defensa de la heterosexualidad como la única opción natural y legítima. Es él el que además, dentro de la heterosexualidad, intenta prescribir una normatividad muy concreta que imposibilita en muchos casos (afortunadamente no siempre, cada vez menos) relaciones igualitarias y satisfactorias. Es el patriarcado quien establece unos roles de género que impiden una comunicación y un entendimiento oportuno entre los sexos y el que rechaza toda relación ajena a su normatividad. Por ello creo que luchar contra el patriarcado es la vía más directa (por no decir la única) de eliminar la homofobia.

Desactivados los dictados del patriarcado, desenmascarada su capacidad de contaminar las relaciones humanas, descubiertas sus herramientas de opresión, no habrá modo posible de desacreditar ni condenar la bisexualidad ni la homosexualidad, ni tampoco la asexualidad, siempre olvidada. Sin un modelo machista, sin el mandato de mantener vigentes los roles de género, sin el mandato de subordinación de las mujeres a los deseos del hombre, no habrá forma posible de que nadie cargue las tintas contra homosexuales y bisexuales.

Por último quiero dejar claro que lo que sostengo, no niega, en modo alguno, que sea fundamental implementar políticas específicas contra la discriminación que sufre el colectivo LGTB. Son urgentes y han de ser transversales y radicales, pero lo que en definitiva quiero defender es que esta lucha contra la homofobia ha de tener una perspectiva feminista y no concebirla fuera del marco de la lucha antipatriarcal. Lo sostengo así porque creo que una vez neutralizado el patriarcado, quedará eliminada la homofobia. Por eso, sin feminismo no hay orgullo.

Fotos archivo AmecoPress tomadas de elespañol.com


Feminismo-Sexualidades-Homosexualidad-Homofobia-Patriarcado; Madrid. 4 de julio. 17. Amecopress/TribunaFeminista

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